jueves, 7 de abril de 2011

Rigo Tovar: réquiem para un rockero que toca el güiro



Alejandro Saldívar


1.

Rigo Tovar canta con una voz desaceitada. No es tenor y siempre desafina sus canciones. En ellas viaja del desierto al mar y de un restaurante gringo a la selva chiapaneca. A los de la clase alta les da comezón en los oídos.

Rigo Tovar alborota esqueletos en la pista. A ojo de águila sus conciertos son una marabunta en las plazas que se mueve al ritmo asincopado de la cumbia, como si el viento moviera un campo de pasto. Un slam con güiros y sintetizadores.

Rigo Tovar engendra lo imposible: un sirenito. Sus escenas marinas lo revuelcan al éxito. En el fondo del mar lo juzga la corte de neptuno. Lo acusan de comerse a una sirena en el desayuno.

Rigo Tovar inventa fauna: un pájaro chogüí que picotea naranjas en un árbol. Rigo Tovar le escribe un testamento a todas sus mujeres: María, Concepción, Teresa, Leticia, Amparo. Rigo Tovar se autodefine en una canción: escandaloso, despreocupado y vacilador. Un artista de corazón.

Rigo Tovar tiene los dedos en carne viva de tanto rascar las cuerdas de su Silverstone. Procura que el dolor le borré los sentimientos. Es su forma de concentrarse. Ya prendido hace círculos con el micrófono en el aire. Es un Jim Morrison a la mexicana.

“Muy buenas noches mi querido público. Ante ustedes, los muchachos del conjunto Costa Azul y su servilleta, el inolvidable Rigo…”

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